Hoy la vi, estaba hermosa cómo siempre, tan orgullosa, pero esta vez no tuve que levantar la mirada para verla, ahora tuve que mirar hacia abajo, y la luna estaba ahí para mí. Después de la lluvia, en la calle se formó un gran charco, parecía que alguien me había volteado el cielo sólo para regalármelo, y lo único que tuve que hacer fue estirar la mano para tocarlo, pude contar las estrellas, y ver mi rostro junto con ellas.
Noté a la luna algo inquieta, tal vez sintió temor que yo pudiera observar ese lado que tanto oculta, y que no todos pueden ver, ella se lo muestra a los que la enamoran, tal vez un lobo de alma solitaria, y poeta, con sus serenatas disfrazadas de aullidos logre convencerla.
En ese lago inventado me dejé llevar, anclé mis ojos allí, y sólo dejé que se me escapara la imaginación y que llegara lejos, donde nada ni nadie la amarrare, para que me cuente de eso que aún no alcanzo, de esa canción que algún día mi guitarra y yo vamos a componer, de ese lugar en el mapa que muero por conocer, de los abrazos que van a llenar mis brazos vacíos, de una carita que me va a regalar una mirada pasmada, llena de amor y emoción.
La noche aún no acaba, y yo sigo en mi naufragio, es que no quiero llegar a la orilla ni que nadie me rescate, tal vez alguien que me acompañe en silencio, me hable con suspiros, que quiera alcanzar con su imaginación a la mía, soñar despiertos, y no le importe que la magia dure un instante, que todo termine al llegar el día, y aún así quiera quedarse, y perderse en ese pedacito de agua y de cielo conmigo.