Como todas las tardes llegó al mismo parque a sentarse en el viejo banco de siempre. No sé si espera algo que perdió, o lo que nunca tuvo, pero aún así no deja de buscar. Con la mirada cansada y el alma embalada con el celofán de la nostalgia, se entrega en las manos del destino, tal vez la vida hoy le regale una caricia, el reloj se detendrá por un ratito para darle algo de tiempo, y alguna de esas poesías plasmadas en el libro que siempre lo acompaña se hagan suyas, ojalá hoy no sea un lector, un espectador, un ladrón de historias, para convertirse en el protagonista de un momento.
Yo no lo conozco pero he visto sus ojos, su espalda me habla del cansancio provocado por el silencio, y de aquello que gritó pero el eco le devolvió una soledad más afilada, cortándole los pocos hilos que lo amarraban a una gastada esperanza. Sus manos curtidas me contaron que no estaban así por años de trabajo, esas marcas se las habían provocado el tacto con el vacío, y la impotencia de apretar los puños sin saber a que pegarle.
Al verlo comprendí que su alma era una de las más hermosas y tristes también, que su vida no había sido fácil pero aún así estaba ahí, se negaba a resignarse, ya no quería extrañar eso que nunca tuvo, quería tener motivos para vivir, o quizás morir…pero por alguien, no pedía una eternidad, sólo se conformaba con un tiempo, horas, días, meses, ya ni siquiera soñaba con decir años, pero si quería llegar puntal a la fiesta de unos ojos que le regalen un pequeña y fugaz felicidad.