Pasaron 3 años desde la primera y última vez que te vi, quinientos kilómetros me separaban de tu presencia, pero no importaba la distancia, el simple hecho de saber que ibas a estar ahí para mí valía la pena tantas horas de viaje.
La noche era perfecta: cielo estrellado, el viento fresco helaba las manos, y la calidez de tus canciones el abrigo para el corazón.
Apareciste con un sobretodo negro, un sombrero que ocultaba tu mirada, una maleta donde no había más equipaje que sueños, musas, y mucho talento.
Venías a compartir con nosotros tu Peumayén, a invitarnos a ser por un ratito habitantes de un lugar donde todo es posible. Las ilusiones se encuentran a la vuelta de la esquina. Escuchar al silencio que te susurra versos, y las palabras más calladas esperan ser descubiertas. Perderte en sus calles y aparecer en la luna. Pedir prestado un sueño y devolverlo hecho realidad. Dejar una pena y llevarte dos sonrisas. Olvidarte del reloj para marcar el tiempo con los latidos del corazón.
Que sabias fueron tus primeras palabras…“pero sucede también, que sin saber como ni cuando, algo te eriza la piel y te rescata del naufragio”…estoy segura que muchos de nosotros fuimos rescatados con el simple hecho de verte y escucharte. Además de la piel también erizaste mi alma con la suave caricia de tu voz, y a puro suspiros logré expresar lo que con palabras era muy difícil.
Acudí a tu cita sabiendo que me ibas a dejar vulnerable, era imposible ser indiferente a tus historias, esas que te hacen saber que se puede cambiar un final para hallar un comienzo.
En Peumayén encontré viejos recuerdos. Sentimientos que había olvidado. Una canción que era mía pero yo no supe escribirla. Abrazos que no se pueden dar, caricias que son ajenas. Amores tan posibles que parecen imposibles alcanzarlos. Escuché versos que dejaría sin argumentos al mismo Neruda. También comprendí que no está perdido aquello que no fue, y eso que es tan tuyo a veces no te pertenece. La nostalgia se sentía cómoda en el piano, pero al escucharla y verla reposar en tu guitarra me di cuenta que hay cosas maravillosas a pesar de las penas. La felicidad puede ser más fugaz que una estrella, y más eterna que el mismo universo.
Mi tiempo en Peumayén duró casi tres horas y media, pero fue suficiente para saber que aún sigo enamorada de las cosas simples y cotidianas, que ver el sol caer es algo de todos los días pero ningún atardecer es igual a otro, que nunca voy a estar sola si alguien me recuerda, que la vida es maravillosa aunque a veces se empañe el cristal con el que se la mira, que los imposibles existen si te rindes, que la ternura es la mejor medicina, que las palabras pueden cambiar al mundo, que siempre se puede volver a empezar aunque tus ojos te limiten al mostrarte los obstáculos, que hay motivos para sonreír aunque a tus labios los roce una lágrima; que cada vez odio más las despedidas, pero tarde o temprano el tiempo marcará un nuevo encuentro.

Gracias Ismael por el viaje, y por tu lugar soñado, ahí donde siempre voy a querer regresar.