La niebla en la mañana apagó el sol y encendió la nostalgia, es imposible concentrarme en el trabajo, el ventanal que me separa de la calle me ofrece historias para robar, la gente pasa sin darse cuenta que son los protagonistas de un momento, un simple momento en donde yo los imaginé en otro lugar y quizás en otro tiempo.
Mis manos frías buscan el abrigo al abrazarse a una taza de té, sin dejar de observar, entre suspiros y recuerdos pienso en el presente.
Los niños que marchan con paso apresurado a la escuela matizan con sus uniformes blancos el gris del paisaje, entre travesuras y risas me vi junto a ellos; intenté decirles que no se hicieran grandes, que para crecer había tiempo, y que la vida a esa altura se ve de otra manera; intenté decirles…pero no supieron entender mi mirada a través del cristal.
También vi a las abuelas, que desafiando al frío salieron a cumplir con las obligaciones del hogar, quise salir corriendo y preguntarles: ¿Cómo se hace? Pero no me atreví y maté el impulso.
Alguien que iba disfrazado de ausente no se dio cuenta que yo estaba esperando, y siguió su camino llevando entre sus manos un sentimiento compartido.
En la radio cantan palabras de Mario Benedetti, y yo pienso en la magia y el don de saber decir, la capacidad de llegar a los demás, ese toque de inspiración que te eriza la piel y se instala más adentro ¡Ay si yo pudiera expresar lo que siento!
Afuera el otoño se hace más presente que nunca, el té se ha enfriado y mis manos ya no tiemblan, tal vez es tiempo de acariciar una guitarra, tomar una pluma, o deslizar los dedos en un teclado, aunque no sepa como decir, seguramente habrá alguien que me entienda.