Me gustaría hacer mío lo que predicaba San Francisco de Asís, aquello de el hermano sol y la hermana luna.
Él a veces tiembla como la llama de una vela cuando la roza una brisa. Ella es tan clara que la opaca la amenaza de invadirla las huellas humanas constantemente. Los dos conviven en los opuestos, pero a veces ocurre el milagro de un encuentro, como una historia de amor, la melodía de una canción, o en un acto causal la maravilla de lo natural.
Él es algo anticuado pero siempre vigente aplicando diariamente el ser un caballero, no puede abrir la puerta de los amaneceres pero siempre es puntual en la entrega de su puesta. Ella es tímida pero se sabe majestuosa, es la protagonista de los poetas, los enamorados, y aquellos locos que intentan regalarla a cambio de algo tan pobre como una promesa.

Ellos aplican lo que hoy a muchos les cuesta…El respeto, el hermano sol es igual de importante como la hermana luna, no entienden de géneros. Él es el hombre de los días, y ella la mujer de las noches, son testigos de la vida y la muerte, del respirar y las bocanadas de los suspiros. Nos acompañan en desafortunados momentos, y en destellos de grandes sonrisas. Son los sabios maestros de lo verdaderamente esencial, y nuestra poca capacidad de simple mortal no nos deja aprender ni valorar. Ellos viven en la más perfecta equidad, mientras en la tierra las cuentas se tratan de dividir y separar, de sumar lo que nos aleja y restarle el hermoso valor a la igualdad.