Con sólo un
buen día enciendes al sol, aunque la mañana se haya vestido de gris, y un
aguacero amenace con quitarte tu aura que es de mil colores, y brilla en
cualquier latitud.
La nobleza no
se trata solo de reinar, si cuando tu corona se inclina a tu raíz, invitas al
mundo a unirse al bando de los buenos, de los que intentan cambiar las cosas
sin armas, y con margaritas que al desojarse pueden iniciar una historia de
amor, si el último pétalo al caer dijo que sí. Y si dijo que no, todo dolerá
pero el aprendizaje puede ser un arte.
El azul de tu
garganta jamás es mudo aunque pases horas en silencio, a veces es tan necesario
que las más sabias de las palabras, la comunicación con la naranja de la
creación no entiende de idiomas, ni del timbre de la voz.
Dicen que el
corazón es rojo pero danza entre el verde de tus ojos, las agujas del reloj, y
la brisa de la sanación. Va latiendo entre un vals amarillo que a veces se descontrola
si le pisan los pies al bailar, a veces gira al revés, pero tu sonrisa le
devuelve su ritmo original.
Lo que hay en
tu entrecejo a veces no sabe si vestirse de índigo o de violeta, pero la
discusión es perfecta, porque miras lo que se te antoja y nadie puede ver, por
ser tan terrenales y tú; ser alas tan despeinadas y revueltas, más libre que el
mismo viento, aunque a veces te encierren las tusas.
Ojos de oliva
que por vivir el presente a veces todo se le olvida, hasta la fecha de aquel
que parió. Pero esa magia la tienen los elegidos, que nacieron en la tierra
pero son de otros mundos, los que ocultan sus alas detrás de una mochila, la
belleza de su andar en unas zapatillas, la riqueza más pura en sus
conocimientos compartidos, y sus destellos más bellos van alineando caminos,
protegiendo senderos, acariciando heridas,
recuperando almas caídas, y levantando al que cree que no puede, porque
en su mirada uno deja de ser ateo, y se enciende la llama de lo posible.
Texto dedicado a Elizabeth Bateman Castrillón (tuve la bendición de que lo leyera un día de noviembre de 2020)