La tarde estaba fría, el viento y la lluvia helaban su cara y manos. Como todos los días después del trabajo emprendió el camino hacia su casa. Ahí lo esperaban sus viejos libros, la misma música –esa que endulza sus oídos hace años-, el hermoso paisaje que desde su ventana le regala muchas historias, y que con la ayuda de su imaginación más tarde hará suyas al plasmarlas en su viejo cuaderno de tapa azul.
Paseándose entre la soledad y la tranquilidad de su pequeño espacio, reconoció algo en su mirada que no le gustó al contemplarse en el espejo, en ese momento recordó cuanto le gustaba caminar bajo la lluvia, y el tiempo que llevaba sin hacerlo.
Era un joven profesor de Literatura, tranquilo, de ojos profundos y tristes, algo tímido, y se notaba que la vida tenía una gran deuda con él.
Sin importarle el frío, y dejando que la lluvia acariciara su cara decidió contemplar el atardecer vestido de gris frente al puerto. Caminando sin prisa, tratando de que el tiempo no se fuera tan rápido para disfrutar un poco más de ese momento, observando todo, y quedándose con cada imagen que le permitiera soñar un poco; así continúo su marcha.
En un momento vio a una señora que con prisa se acercó a la calle para tomar un taxi, antes de cerrar la puerta y en un descuido se le cayó un guante blanco, intentó correr pero no la alcanzó, se quedó con la imagen poco clara de esa mujer en sus ojos, y guardó el guante en el bolsillo de su saco.
Llegó a su destino pero sus pensamientos habían cambiado, con la misma imaginación con la que se apropiaba de un momento y de las cosas, en su cabeza muchas interrogantes daban vueltas: ¿Cómo sería esa mujer? ¿Su mano sentiría el frío por no tener su guante? ¿Por qué algo tan simple me puso tan nervioso?
De regreso en su casa, muerto de frió se preparó algo caliente y se cambió la ropa mojada. Sobre la cama depositó el guante con un gesto muy delicado –como si se tratara de algo que tuviera vida-; en un momento vio que en la parte de adentro de la tela tenía como una etiqueta, sobre la costura del guante había un nombre y una frase incompleta bordada. El nombre: Sofía. La frase:
“no importa lo que pase en tu vida ni lo que hagas...
Esa noche como tantas otras no pudo dormir, esta vez tenía razones para no hacerlo, el motivo de su desvelo se mantuvo presente toda la madrugada: buscar a la dueña del guante, y poder completar la frase.
En la mañana la idea y el impulso se mantenían intactos, se preparó como todos los días para ir al colegio donde sus alumnos los esperaban. Dictó la clase sin saber lo que decía, sin dejar de mirar el reloj la hora no pasaba nunca, ya quería regresar a su casa para empezar con su difícil tarea. Por fin llegó el momento de irse, sin despedirse de nadie tomó sus cosas y salió casi corriendo, en el camino no dejaba de pensar como haría para buscar a la dueña del guante, la única posibilidad que tenía era que viviera por la zona donde salió a caminar bajo la lluvia (entre el puerto y su casa, que por cierto no era lejos, apenas unas cuadras), de lo contrario sería imposible encontrarla.
Fue al mismo lugar donde encontró el guante, y comenzó a preguntar a todo el que veía, tratando de describir con lo poco que recordaba de su figura si conocían, o si en la zona vivía una mujer llamada Sofía. La respuesta que recibió no fue la que esperaba: no señor, no conocemos a nadie.
Algo decepcionado regresó a su casa, pero al día siguiente continuaría con las búsqueda, no entendía como algo tan simple había despertado en él un sentimiento diferente, no sabía porque buscaba a Sofía, pero no quería dejar de sentir lo que le provocaba encontrarla.
Continuará...

Esta historia fue registrada en AGADU/Asociación General de Autores del Uruguay.