Tú tenías el don de la vida, de salvarlas. Ella mata a las personas sin posibilidad de resucitar.
Me confundí en unas sábanas gastadas, quise encontrar tu piel pero mis manos no moldeaban tu figura.
Yo creo que un milagro que no era para mí hizo el favor de aquellas historias de amor, de zaguán, vendavales y una canción.
Mi memoria esquiva de recuerdos suele prepararme emboscadas, y me sacude el presente para golpearme en la cara que vivo equivocada.
Tu inmortalidad es posible gracias a mis letras, la chimenea y el fuego, el mar y la luna, el sol en la cocina, los síntomas incurables de melancolía, el alma y sus bocanadas de suspiros rotos.
Con mis delirios de libertad me vuelvo a enredar, asumiendo que no te puedo soltar, atada a los cordones de mis huellas voy dibujando tu sombra hasta en la oscuridad.
Con mis días hago desbarates intentando compartir tu esencia, de atrevida hablo de ti al tonto que me acusa de incapacidad de olvido.
No puedo darle la bienvenida si estás colgada en mi pendiente. No puedo abrirle los brazos si mis propias alas me mienten.
Dicen que en la vida da pasos firmes el que olvida, la verdad no lo sé y por eso tiemblo. Yo sólo quiero pedirte perdón por mi debilidad, por haber pecado en ella lo que fue bendito contigo. Lo que odié con ella y amé contigo.